Mi amita Silvia ha escrito esto en su blog personal parasu gatito Morrongo, al que yo siempre llamé cariñosamente abuelito, por ser un adorable gatito de doce añitos cuando yo llegué a casa:
Que facil es encontrarte en cualquier parte, cinco meses después de tu partida. Tu, mi pequeño compañero, mi mejor amigo sin voz para hablarme ni brazos para abrazarme, que tan capaz eras de consolarme y aconsejarme. (Lee más)
En el pequeño colchón donde te echabas aun quedan restos de tu suave pelaje dorado, y aun hay veces que cuando noto una pequeña presencia tras de mí, creo que eres tu, sentado a mi lado en la cocina mientras preparaba tu comida.
Al abrir el armario, veo tus comederos. Pero se quedan ahí, en el armario, siempre limpios, siempre ahí, siempre en el armario, guardados ahí, y nunca en tu rincón, sobre tu tapetito, nunca ahí. Y todavía hay veces que no puedo creérmelo, y me pregunto que donde estas ahora, si siempre estabas ahí, que como es posible que no vengas a la cocina mientras frego los platos, como siempre hacías.
¿Como es posible que la muerte sea capaz de haber roto para siempre esa costumbre tan nuestra, tan única, tan celosamente de los dos? Que ruin es la muerte, todopoderosa enemiga del mundo, que ha podido romper esa pequeña gran amistad entre tu y yo.
No hacia falta que tuvieras palabras para hablar. Ya lo hacían tus ojos, dorados y llenos de amor para mí con cada mirada. Esas dos piedras ambarinas si que hablaban, si que contaban cosas, cosas que solo entendía yo, cosas que solo tu y yo sabíamos, esos secretos nuestros, como los que tienen los grandes amigos. A ti, me atrevía a contarte cualquier cosa. Porque sabía que tu, sabías escucharme, porque no importaba si yo estuviera de mal o buen humor, tu siempre estabas de buen humor para mí, siempre dispuesto a quererme, a demostrarme tu incondicional amor, ese amor desinteresado del que los seres humanos no entienden demasiado. No había palabras más reconfortantes que el suave ronroneo que acudía a ti en cuanto mi mano se posaba en tu pelaje. Me encantaba peinarlo con los dedos, hundirlos en tu suave manto de pelo dorado. Así lo hice desde que vinistes a mí, cuando llevabas tan solo veinticinco días en el mundo y todavía cabías en la palma de mi mano. Y a ti te gustaba. Te adormilabas y ronroneabas conmigo, mientras yo te abrazaba.
¿Cuantas veces, cuando yo me sentía mal, me abrazaba a ti mientras lloraba? Algunas lo harán abrazadas a la almohada o a algún peluche, pero yo tenía mi propio peluche, ese peluche suave y blando, ese peluche dulce y amoroso, que siempre estaba dispuesto a quererme.
Hay algunos amigos a los que los llamas, y nunca están. Pero tu estabas siempre. Eras mi amigo más incondicional, mi gran amigo. Tu, mi pequeño compañero, te fuiste y todavía no puedo creérmelo. Todavia no puedo creerme que en aquella tarde que recuerdo fría y vacía, te quedaras allí, dormido, para dormirte para siempre, y que volvieras a mis manos dentro de un recipiente al que nunca puedo mirar del todo.
A veces lo pregunto, ¿donde estas, amigo mío, ahora que ya no estás conmigo?
Y entonces me doy cuenta, te fuiste, pero no te has ido, y no te irás jamás. Mientras yo te quiera, seguirás conmigo, y como nunca dejaré de quererte, no te irás jamás.
Hay una estrella en el firmamento, tal vez, el mejor regalo que te haya hecho tu familia, esa que dejaste tan desolada aquél día de marzo en el que te alejaste de aquí. No se si habrás ido hacia ella, para morir allí, o si tal vez tu alma, se convirtió en ella cuando nosotros la compramos.
Si, se puede comprar una estrella. Hoy en día, eso es muy fácil. La estrella que compré para ti, mi pequeño gran amigo no costó muy cara, pero mucho más cara que aquella estrella que me regalaron aquel 19 de agosto del 98, y a la que llamé Morrongo, en honor al gatito de un cuento de mi infancia. Esa estrella está ahí, para todos, y en el mapa estelar, cualquiera puede encontrarla con tu nombre.
Esa estrella, eres tu, amigo mío.
Y aunque esta a millones de años luz, esta muy cerca de mí, tanto que puedo tocarla con la mano a través de mi piel y sentir como late: esa estrella, es mi corazón, porque ahí llevas trece años, y ahí estarás toda una eternidad.
Silvia.
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